lunes, 27 de julio de 2009

PRIMER VIAJE DE CRISTOBAL COLÓN( 1ª parte)


La expedición Sale de la barra de Saltes, pequeña isla formada por los brazos del rió Odiel, frente a la ciudad de Huelva.
El día 3 de agosto del 1492, mar adentro van tres naves, una nao y dos carabelas comandadas por el futuro Almirante; La Santa María no era una carabela, se trataba de una carraca (nao en el lenguaje náutico español de la época). Media 26 metro de eslora, con sus tres palos era una carraca menor construida, al parecer, en Galicia (razón por la cual fue llamada originalmente La Gallega) y era propiedad de Juan de la Cosa. De acuerdo con las normas de estiba de entonces, la Santa María podía llevar una carga de 106 toneladas de la época (51 toneladas actuales).
En el palo mayor aparejaba dos velas cuadradas: la mayor con una cruz roja en el centro y una vela de gavia. El trinquete portaba una sola vela cuadrada y el palo de mesana aparejaba una vela triangular latina. Del bauprés colgaba una vela de cebadera. La Santa María se hundió en aguas del Caribe durante el primer viaje.
La Pinta había sido construida en los astilleros de Palos pocos años antes del primer viaje. Fue elegida por Martín Alonso Pinzón por sus cualidades náuticas, ya que él mismo la había alquilado anteriormente. La costeó el concejo de Palos, fue alquilada a los armadores Gómez Rascón y Alonso Quintero, que fueron en ella a América como marinos.
Era una carabela nórdica de velas cuadradas con un velamen muy sencillo. Los palos de mesana y mayor iban aparejados con una vela cuadrada de grandes dimensiones, en tanto que el trinquete portaba una vela latina. La principal característica de esta carabela era su velocidad, hasta el punto que Colón, en su diario de a bordo, hacía referencia a que en una noche había navegado a 15 millas por hora (una milla de la época equivale a 0,8 millas náuticas actuales, por lo que su velocidad sería de unos 11 nudos, la misma que un carguero medio de la actualidad).
La Niña era una carabela de velas latinas que pertenecía a los hermanos Niño de Moguer, de ahí su nombre. Antes de formar parte de la expedición su denominación era la Santa Clara. Esta embarcación se construyó en los antiguos astilleros del puerto de la Ribera de Moguer entre 1487 y 1490. Fue elegida por los Pinzón por ser muy maniobrable. También la costeó el concejo de Palos.
Las velas de la Niña carecían de rizos, por lo que no tenían sistema de cabos que permitiera reducir la superficie en caso de fuerte viento. Las jarcias que sostenían los palos estaban enganchadas en los costados del buque. La carabela carecía de castillo de proa, mientras que el alcázar era bastante pequeño. Al llegar a las Islas Canarias se le cambió el velamen y se le pusieron velas "redondas" en lugar de las tradicionales "latinas" que portaba. Es posible que, durante el primer viaje, la Niña fuera convertida en carabela de velas cuadradas durante la escala en Canarias. Posiblemente formó parte también del segundo y tercer viaje de Colón, recorriendo en el transcurso de sus viajes más de 25.000 millas náuticas en total.
Al tercer día hizo la pinta señales de socorro; el timón se le había roto y desencajado. Sospecho Colon que este accidente fuese un estratagema de los propietarios de la carabela Gómez Rascon y Cristóbal Quintero, para inutilizar el bajel y hacerle quedar atrás en la expedición embargada su carabela en virtud de real orden.
Soplaba un fuerte viento, y no podía socorre a la pinta sin arriesgar su propio bajel. Afortunadamente mandaba el averiado buque Martín Alonso Pinzón, y siendo diestro y hábil marinero, logro asegurar el timón con cuerda, para poder manejarlo. Pero los nudos se soltaron al día siguiente, y los demás barcos tuvieron que acortar velas, hasta que volvieron a asegurarse.
Esta avería de la pinta, y el hacer mucho agua, determino al almirante tocar las islas canarias, para ver si podía reemplázala, pues divisaron las canarias el día 6 de agosto por la mañana.
Más de tres semanas se detuvieron en las islas, haciendo inútiles esfuerzos y diligencias para procurar otro bajel. Al fin se vieron obligados á hacerle un timón nuevo á la Pinta, y á repararla lo mejor que se nudo para el viaje.'Se alteró también la forma de las velas de la Niña, para que le fuese mas fácil la navegación, y pudiese caminar á la par de los demás buques.
Al pasar por entre las islas vieron el levantado pico de Tenerife arrojar voluminosas llamas y encendido humo. El equipaje observó aterrado aquella erupción, y pronto siempre á espantarse de cualquier fenómeno extraordinario, convirtió aquel en agüero y de los mas desastrosos. Gran dificultad tuvo Colon en disipar su miedo, explicándoles las causas naturales de los fuegos volcánicos, y apoyó sus doctrinas con citas del Etna y otros volcanes bien conocidos.
Mientras estaban proveyéndose de leña, agua y provisiones en la isla de la Gomera, un bajel de Ferro le anunció que tres carabelas portuguesas cruzaban de la isla, con la intención, sin dude de capturar á Colon. Sospechó el Almirante alguna hostil estratagema de parte del rey de Portugal, en venganza de haber entrado al servicio de España, y no perdió tiempo en darse á la vela, ansioso de salir de aquellas islas, y de las huellas de la navegación, no fuese que algún inesperado acontecimiento impidiera el viaje, bajo tan fatales auspicios comenzado.
Se dio Colon á la vela en la madrugada del 6 de setiembre; saliendo de la isla de la Gomera, y entró por vez primera en la región de los descubrimientos, despidiéndose de las islas fronterizas del antiguo mundo, y tomando el rumbo del occidente por las aguas desconocidas del Atlántico. Tres días de profunda calma detuvieron á los bajeles cerca de tierra. Impacientaba sobre manera al Almirante esta dilación, que retardaba el momento de ver cumplido su mas ardiente deseo, el de internarse del todo en el Océano, fuera de la vista de costas y velas, que en la pura atmósfera de aquellas latitudes pueden descubrirse á inmensas distancias. El domingo siguiente, 9 de setiembre, muy de mañana, vieron á Ferro, última de las islas Canarias, aúnas nueve leguas de ellos. Allí era donde se habían divisado las carabelas portuguesas; y por lo tanto se hallaban en vecindad misma del peligro. Afortunadamente se levantó con el sol una frisa favorable, se llenaron las velas, y en el discurso del día desaparecieron gradualmente del horizonte las alturas de Ferro.
Cuando se perdió en el horizonte la sombra de esta isla, último límite, hasta entonces de la tierra, desfallecieron los corazones de los marineros. Parecía que literalmente se despedían del mundo. Detrás dejaban cuanto es caro al pecho humano: patria, familia, amigos, la vida misma; delante todo era caos, peligros y misterios. En la turbación de aquel momento terrible desesperaban muchos de volver jamás á sus hogares. Los más valientes derramaban lágrimas, y rompían en lamentos y sollozos. El Almirante se esforzó en mitigar su angustia por todos los medios, y en inspirarles sus propias gloriosas anticipaciones. Les describía la magnificencia de los países adonde los llevaba; las islas del mar indio, cargadas de oro y piedras preciosas; la región de Mangui y Cathay con sus ciudades de sin par opulencia y esplendor. Les prometía tierras y riquezas, y cuanto puede despertar la codicia, ó inflamar la imaginación; ofrecimientos que no eran engañosos en el dictamen de Colon, que creía firmemente verlos realizados todos.
Ordenó á los comandantes de los otros buques que, caso que fuera preciso separarse por algún accidente , continuasen el rumbo occidental directo; y después de navegar setecientas leguas, se mantuviesen á la capa desde media noche hasta por la mañana, porque á aquella distancia esperaba confiadamente encontrar tierra. En el entre tanto, como le pareció posible no descubrirla á la distancia precisa que había dicho, y como previó que el terror de los marineros crecería con el aumento del espacio interpuesto entre ellos y su país, empezó una estratagema que continuó todo el viaje. Llevaba, además del diario náutico, uno histórico en que anotaba el verdadero progreso del barco, y que tenia reservado para su propio gobierno. Del otro, abierto á todos, sustraía diariamente algunas leguas de las que los bajeles habían navegado, para que las
Tripulaciones ignorasen la verdadera distancia á que se hallaban de España.
1 de setiembre, como á ciento y cincuenta leguas al occidente de Ferro, encontraron un pedazo de mástil, que se conocía haber estado mucho tiempo en el agua, y pertenecer á un bajel de ciento veinte toneladas. El equipaje, sumamente atento á todo cuanto podía excitar su miedo ó sus esperanzas, miró con lágrimas en los ojos este despojo de algún desgraciado navegante, flotando á la entrada de aquellos mares desconocidas.

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