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lunes, 3 de agosto de 2009

MONARQUIA ROMANA


Características de la monarquía romana

Antes de la etapa republicana e imperial, Roma fue una monarquía gobernada por reyes (en latín, rex, pl. reges). Todos los reyes, excepto Rómulo por haber sido el fundador de la ciudad, fueron elegidos por la gente de Roma para gobernar de forma vitalicia, y ninguno de ellos usó la fuerza militar para acceder al trono. Aunque no hay referencias sobre la línea hereditaria de los primeros cuatro reyes, a partir del quinto rey, Tarquinio Prisco, la línea de sucesión fluía a través de las mujeres de la realeza. En consecuencia, los historiadores antiguos afirman que el rey era elegido por sus virtudes y no por su descendencia.
Los historiadores clásicos de Roma hacen difícil la determinación de los poderes del rey, ya que refieren que el monarca posee los mismos poderes de los cónsules. Algunos escritores modernos creen que el poder supremo de Roma residía en las manos del pueblo, y el rey sólo era la cabeza ejecutiva del Senado romano, aunque otros creen que el rey poseía los poderes de soberanía y el Senado tenía correcciones menores sobre sus poderes.
Lo que se conoce con certeza es que sólo el rey poseía el derecho de auspicium, la capacidad para interpretar los designios de los dioses en nombre de Roma como el jefe de augures, de forma que ningún negocio público podía realizarse sin la voluntad de los dioses, dada a conocer mediante los auspicios. El rey era por tanto reconocido por el pueblo como la cabeza de la religión nacional, el jefe ejecutivo religioso y el mediador ante los dioses, por lo cual era reverenciado con temor religioso. Tenía el poder de controlar el calendario romano, dirigir las ceremonias y designar a los cargos religiosos menores. Fue Rómulo quien instituyó el cuerpo de augures, siendo él mismo reconocido como el más destacado entre todos ellos, de la misma forma que Numa Pompilio instituyó los pontífices, atribuyéndosele la creación del dogma religioso de Roma.
Más allá de su autoridad religiosa, el rey era investido con la autoridad militar y judicial suprema mediante el uso del imperium. El imperium del rey era vitalicio y siempre lo protegía de ser llevado a juicio por sus acciones. Al ser el único dueño del imperium de Roma en esta época, el rey poseía autoridad militar indiscutible como comandante en jefe de todas las legiones romanas. De la misma forma, las leyes que salvaguardaban a los ciudadanos de los abusos cometidos por los magistrados con imperium aún no existían durante la etapa monárquica.
El imperium del rey le otorgaba tanto poderes militares como la capacidad de emitir juicios legales en todos los casos, al ser el jefe judicial de Roma. Aunque podía designar pontífices para que actuasen como jueces menores en algunos casos, sólo él tenía la autoridad suprema en todos los casos expuestos ante él, tanto civiles como criminales, tanto en tiempo de guerra como de paz. Un consejo asistía al rey durante todos los juicios, aunque sin poder efectivo para controlar las decisiones del monarca. Mientras algunos autores sostenían que no había apelación posible a las decisiones del rey, otros opinaban que cualquier propuesta de apelación podía ser llevada ante el rey por un patricio, mediante la reunión de la Asamblea de la Curia.
Otro de los poderes del rey era la capacidad para designar o nombrar cargos u oficios, entre ellos el de tribunus celerum que ejercía tanto de tribuno de los Ramnes (romanos), como de comandante de la guardia personal del rey, un cargo equiparable al de prefecto del pretorio existente durante el Imperio romano. Este cargo era el segundo al mando tras el propio monarca, y poseía la potestad de convocar la Asamblea de la Curia y dictar leyes sobre ella. El tribunus celerum debía abandonar su mandato a la muerte del monarca.
Otro cargo designado por el rey era el prefecto urbano, que actuaba como el guardián de la ciudad. Cuando el rey se hallaba ausente de Roma, este cargo recibía todos los poderes y capacidades del rey, hasta el punto de acaparar el imperium mientras se hallase dentro de la ciudad. Otro privilegio exclusivo del rey era el de designar a los patricios para que actuasen como senadores en el Senado.
Bajo el gobierno de los reyes, el Senado y la Asamblea de la Curia tenían en verdad poco poder y autoridad. No eran instituciones independientes, en el sentido de que sólo podían reunirse, y de forma conjunta, por orden del rey, y sólo podían discutir los asuntos de estado que el rey había expuesto previamente. Mientras que la Asamblea curiada tenía al menos el poder de aprobar leyes cuando el rey así lo concedía, el Senado era tan sólo un consejo de honor del rey. Podía aconsejar al rey sobre sus actos, pero no imponerle sus opiniones. La única ocasión en que el rey debía contar expresamente con la aprobación del Senado era en caso de declarar la guerra a una nación extranjera.
Las insignias y honores de los reyes de Roma consistían en 12 lictores portando las fasces que contenían hachas, el derecho a sentarse sobre la silla curul, la Toga Picta púrpura, calzado rojo, y diadema plateada sobre la cabeza. De todos estos distintivos, el más destacado era la toga púrpura.


La elección del rey

Una vez que el rey fallecía, Roma entraba en un periodo de interregno (interregnum). El Senado podía congregar y designar un interrex durante un corto periodo (normalmente, menos de un año) para poder mantener los auspicia sagrados mientras el trono estuviera vacante; en vez de nombrar un sólo interex, el Senado nombraba varios que se sucedían en el tiempo hasta que se nombraba a un nuevo monarca. Cuando el interrex designaba a un candidato para ostentar la diadema real, presentaba al mismo ante el Senado, el cual examinaba al candidato y, si aprobaba su candidatura, el interregno debía congregar a la Asamblea curiada y servir como su presidente durante la elección del rey. Esta institución pasó a la primera etapa de la República, cuando la monarquía fue abolida con la expulsión de Tarquinio el Soberbio, y entraba en acción cuando los cónsules morían durante el ejercicio de su cargo antes de poder celebrar las elecciones consulares.
Una vez propuesto a la Asamblea curiada, el pueblo romano podía aceptar o rechazar al candidato. Si aceptaba, el rey electo aún no podía asumir el trono de forma inmediata, sino que debían sucederse otros dos pasos más antes de ser investido con la autoridad y el poder reales. En primer lugar, debía obtener la aquiescencia divina, siendo convocados los dioses mediante los auspicios, ya que el rey había de ser el sumo sacerdote de Roma. Esta ceremonia era dirigida por un augur, quien conducía al rey electo hasta la ciudadela, donde el augur sentaba al rey en un sitial de piedra, mientras el pueblo esperaba a sus pies. Si era encontrado digno para el reinado, el augur anunciaba que los dioses habían mostrado señales favorables, confirmando de esta forma el carácter sagrado del rey.
El segundo paso que debía llevarse a cabo era la concesión del imperium al nuevo rey. El anterior voto de la Asamblea curiada sólo había determinado quién podía ser rey, y no era válido para otorgar los poderes precisos del rey sobre el candidato electo. Por tanto, el mismo rey proponía a la Asamblea curiada una ley (lex curiata de imperio) por la cual obtenía el imperium, que era concedido al monarca mediante el voto favorable de la misma. La razón para este doble voto de la Asamblea curiada no está muy clara. El imperium sólo podía ser conferido a la persona que los dioses habían hallado favorable, siendo por tanto necesario determinar primero quién había de ser la persona que era capaz de obtener el imperium, y cuando los dioses se mostrasen favorables al candidato, habría de concedérsele el imperium mediante un voto especial.
En teoría, el pueblo romano era quien elegía a su líder, si bien el Senado tenía casi todo el control sobre el proceso electoral.

domingo, 2 de agosto de 2009

EL ORIGEN DE ROMA

Origen etimológico de Roma

Rómulo y Remo: Muchos años después de la desaparición de Eneas, en el trono de Alba Longa reinaba Numitor, que tenía varios hijos. Amulio, hermano de Numitor, decidió derrocarlo, y para que sus sobrinos no reclamaran el trono resolvió eliminarlos a todos menos a la única hija, Rea Silvia. A ella la encerró en el templo de las vestales dedicado a la diosa Vesta para que se consagrara sacerdotisa. Las sacerdotisas debían ser castas y puras y la que no cumplía con este precepto corría el riesgo de ser enterrada viva. Un día en que Rea Silvia estaba descansando junto a una fuente del bosque sagrado, pasó el dios Marte que, al verla tan hermosa, se enamoró perdidamente y la dejó encinta. Meses después nacieron dos gemelos: Rómulo y Remo.
Cuando Amulio se enteró, mandó arrojar a Rea Silvia al río Tiber y a los dos gemelos los colocaron en una canasta y dejaron que la corriente los llevara lejos. El dios Tiberno, que vio lo que sucedía, tuvo piedad de Rea Silvia, se casó con ella y le otorgó la inmortalidad. La canasta con los dos pequeños gemelos se deslizó sobre el río y, como este estaba muy crecido, debido a una inusitada inundación, en lugar de llegar al mar, quedó atascada en la orilla.
En ese lugar vivía una loba que al ver a los pequeños llorando de hambre, los amamantó. Los niños crecieron junto a la loba sanos y fuertes, pero su padre, el dios Marte, pronto comprendió que los gemelos necesitaban el calor humano para desarrollarse y los confió al cuidado de un pastor de nombre Fáustulo y de su esposa Laurencia. Ellos quedaron encantados, ya que no tenían hijos y les dieron por nombre Rómulo y Remo.
Los niños eran sanos, bellos y vigorosos pero muy inquietos. Si bien colaboraban con sus padres adoptivos cuidando los rebaños, la monotonía los aburría rápidamente. Buscando darle nuevas emociones a su vida y divertirse, comenzaron a robarles a unos ladrones el fruto de sus pillajes. Muy pronto, otro grupo de jóvenes se asociaron a ellos conformando una banda. Los ladrones de la región estaban muy disgustados con la banda de los gemelos y cierto día en que estos estaban en plena fiesta dedicada al dios Pan, los atacaron por sorpresa, y, si bien la banda de los gemelos trataron de defenderse luchando valerosamente, los bandoleros tomaron prisionero a Remo. Varios días después, llevaron a Remo ante Amulio, culpándole de saquear en las tierras de Numitor, a lo que Amulio, ahora que era el soberano y poco le importaba lo que le pasaba a Numitor, respondió: si los saqueos ocurren en tierras de Numitor, que los castigue él.
Cuando los bandoleros llevaron a Remo ante Numitor, acusándolo de robar en sus tierras, lejos de enojarse recordó las desgracias sufridas y pensó que esos gemelos podrían ser los hijos de su hija Rea Silvia, ya que la edad coincidía con la de sus nietos desaparecidos. Para despejar sus dudas dijo a los bandoleros: Vayan a sus casas. Quiero interrogar a solas al acusado. Los bandoleros obedecieron inmediatamente. Pronto llegaron Rómulo y Faustulo, que al enterarse de lo ocurrido, corrieron a prestar ayuda a Remo.
Ante Numitor, Rómulo relató la historia de su vida, así Numitor reconoció que eran sus legítimos nietos y los acogió con alegría. Rómulo y Remo, al ver que todos sus tormentos, se debían al tirano Amulio, decidieron que su abuelo debería ser restituido en el trono que le pertenecía. Muy pronto armaron un pequeño ejército con el que atacaron por sorpresa el palacio de Amulio y lo mataron sin darle oportunidad de defenderse.
Rómulo y Remo se quedaron largo tiempo con su abuelo y luego decidieron fundar una nueva ciudad en el lugar donde fueron encontrados por la loba. Estaban indecisos sobre el lugar exacto y también sobre quién de los dos debería ser el monarca ya que consideraban que ambos valían por igual. Numitor les aconsejó estar atento a los presagios. Mientras tanto Rómulo se instaló en la cima del Palatino y Remo en la del Aventino.
Remo vio seis buitres volando sobre el lugar, e interpretó esto como la señal del lugar indicado, pero Rómulo vio doce buitres volando sobre el Palatino. Sin ninguna duda la colina del Palatino debía ser el lugar indicado para la fundación de la nueva ciudad, y él sería el monarca. Rómulo, rápidamente, tomó un arado y trazó los límites de la ciudad y comenzó a construir una muralla a su alrededor. Remo, despechado por no haber sido el elegido, se emborrachó y comenzó a burlarse de Rómulo: ¡Eres un ridículo!, Le gritaba riendo. Y tu muralla también. Mira como la salto, y traspasó la muralla. Rómulo se irritó tanto que no pudo contenerse, tomó una espada y en el fragor de la lucha mató a Remo. Luego, gritó con toda su fuerza: Esto mismo le ocurrirá a cualquiera que se atreva a saltar la muralla de mi ciudad. Pero Rómulo no estaba feliz por lo ocurrido, sino que en su desesperación por haber matado a su hermano gemelo hasta pensó en quitarse la vida. Pronto comprendió que no había nada que pudiera hacer y sepultó a su hermano con todos los honores en la cima del monte Aventino.
Más tarde tomó posesión de su nueva ciudad. En honor a su hermano la llamó Roma. La fecha de su fundación es en el año 753 a.C. Se dice que Rómulo reinó durante treinta y tres años.
Roma se expandió y prosperó tanto que a Rómulo le concedieron el título de Padre de la Patria. Cuando llegó su hora final, el dios Marte le pidió a Júpiter un lugar entre los dioses y, como Rómulo había hecho construir bellos templos dedicados a Júpiter, este accedió sin poner obstáculos.
Cuenta la leyenda, que un día en que Rómulo estaba en el Monte Palatino, Marte descendió del cielo en su carro con alas y se lo llevó volando. Júpiter, en ese momento desencadenó una fuerte tormenta cuyos truenos y rayos hicieron temblar a los presentes. Rómulo, antes de partir, había ordenado que construyeran un templo en el monte Quirinal en su memoria y cuando Rómulo ascendió a los cielos le dieron el nombre de dios Quirino. Rómulo logró así un lugar entre los dioses, pero extrañaba a su esposa Hersila y pidió para ella el don de la inmortalidad. Los dioses le concedieron su petición y Hersila se transformó en la diosa Hora.
Evidentemente el nombre de Rómulo es posterior al de Roma, creado por los hombres para explicar el nombre de la ciudad. Aun así, este mito podría tener algún sustento histórico, siendo Rómulo un personaje unificador de los pueblos que formaron Roma en su pasado más remoto. Sin embargo, al parecer, el origen del nombre de Roma estaría más bien relacionado con el antiguo nombre del río Tiber.
Según la tradición, Roma se fundó el día 11 antes de las calendas de mayo, sería el 21 de abril de 753 a. C. Fundada Roma, comenzó a pelear contra sus vecinos, esta vez por conseguir mujeres, a las que raptaron durante unos juegos en los que invitaron a todos los pueblos vecinos. Vencieron a todos menos a los sabinos, porque la lucha terminó en un tratado de paz conseguido por las mujeres, que no querían perder ni a sus padres ni sus esposos. De este tratado surgiría la unión de los dos pueblos. Rómulo, luego de guerrear contra varios vecinos, desapareció en medio de una tempestad. No obstante, en el foro romano, tienen localizado el lugar exacto donde, según la leyenda, fue, Rómulo, abatido por un rayo. Según otras versiones se lo llevaron los dioses, y según dice Tito Livio, algunos pensaron que los senadores, únicos testigos de la desaparición, descontentos con el gobierno de Rómulo, lo asesinaron. Así subió al trono, luego de un periodo de un año, Numa Pompilio, hombre insigne que habitaba entre los sabinos.
Los pueblos que habitaban en la península itálica serán los siguientes: los latinos, que ocupaban la llanura entre el río Tíber y los montes Albanos. Al norte del Tíber se encontraban los etruscos, más arriba del Tíber, este separaba a los umbros al sur y los etruscos al norte. Al este y sureste del Lacio se encontraba la cadena Apenina que sería el dominio de pastores nómadas emparentados entre sí, los sabinos, samnitas, marsos, volscos, campanos en Nápoles, ausones y oscos. Todavía más al sur los lucanos y bruttios.
El origen de los pueblos que a su vez originaron a Roma, se puede rastrear mediante la lingüística. La cual divide a las lenguas indoeuropeas y las de otro origen.
Entre las primeras se encuentra el latín, el véneto, etc. Se comprobó que las lenguas europeas y asiáticas tenían un cierto parentesco, y se tuvo la convicción durante mucho tiempo, de que el parentesco delataba un origen étnico común, la existencia de un pueblo indoeuropeo y de una cuna común de su civilización. Se creía que la unidad original de este pueblo experimentó una dislocación y que los grupos integrantes se fueron separando del conjunto, llevando en su emigración el dialecto hablado en su patria. Pero ya esta teoría está desechada. Las divergencias e interferencias se descubren en Italia siempre, por muy remota que sea la génesis de los pueblos portadores del indoeuropeo; es decir, a través de una lenta elaboración étnica y cultural, durante la edad neolítica (4800-1800). Al parecer según P. Bosch, los movimientos convergieron a partir, al menos, de dos centros: la región del río Danubio en el centro de Europa y la región del norte de Asia menor y parte del Cáucaso. Aproximadamente por entonces, según los lingüistas y los arqueólogos, el latín (introducido también por pueblos provenientes de la región danubiana) haría su aparición en Italia. Cada vez es mayor la resistencia frente a la hipótesis de una Italia pre y protohistórica que acogería en su territorio a masivos grupos étnicos con su original unidad, mantenida a lo largo de la emigración. Más bien se insiste sobre las condiciones de infiltración, dispersión y cruzamiento en que se realizaría la intervención de elementos extranjeros.
El nombre del pueblo generalmente se considera referirse a Rómulo, pero hay otras hipótesis. Una de ellas se refiere a Roma, quien sería la hija de Aeneas o Evandrus. Estudios recientes parecen darle significado de 'río'; Roma en ese caso significaría, según esta hipótesis, 'el pueblo sobre el río'.
Roma es también llamada la urbe, y este nombre (que en latín significaría cualquier otro pueblo) viene de urvus, la ranura cortada por un arado, aquí, por el de Rómulo.

La leyenda del origen de Roma

Los orígenes remotos de la ciudad de Roma, se pierden en la leyenda; siendo seguramente anteriores al año (753 a.C) en que ulteriormente las autoridades romanas fecharon su fundación. Del mismo modo, siendo improbable que su fundación haya surgido de una acción explícita y deliberada, las tradiciones romanas posteriores adornaron su surgimiento con diversas leyendas, recogidas especialmente por el historiador romano Tito Livio, que vinculan el origen de Roma a un linaje de dioses y héroes. La mayoría se inclina a pensar que en una de las fuertes discusiones mantenidas por los dos hermanos, Rómulo mató a Remo en un acceso de ira y arrepintiéndose en el acto, decidió llamar a la ciudad Roma. Según la tradición, Roma se fundó el día 11 antes de las calendas de mayo, sería el 21 de abril de 753 a. C, correspondiente al año tercero de la sexta Olimpíada.
Finalmente, Rómulo construyó refugios en el monte Capitolino para esclavos y criminales fugados y llevó a cabo el rapto de las Sabinas, mujeres de otra tribu del Tíber, para que los hombres que se le habían unido tuvieran sus esposas. Después de algunas guerras entre ellos, las Sabinas le declararon su rey. Rómulo fue el primer Rey de Roma y dice la leyenda que fue llevado a los cielos por su padre Marte, y que fue venerado como el dios Quirino.
Según la leyenda de los orígenes de Roma, un hijo del héroe troyano Eneas, (hijo de Venus, la diosa de la atracción y de Anquises, un pastor), Ascanio, había fundado sobre la orilla derecha del río Tíber la ciudad de Alba Longa; ciudad latina sobre la cual reinaron numerosos de sus descendientes, hasta llegar a Numitor y su hermano Amulio. Este último destronó a Numitor; y para evitar que tuviera descendencia que pudiera disputarle el trono, condenó a su hija Rea Silvia a permanecer virgen como vestal, sacerdotisa de la diosa Vesta.
Sin embargo, Marte, el dios de la guerra, engendró en Rea Silvia a los mellizos Remo y Rómulo. Por ese motivo, al nacer los mellizos fueron arrojados al Tíber dentro de una canasta, la cual encalló en la zona de las siete colinas situadas cerca de la desembocadura del Tíber en el mar; siendo recogidos por una loba llamada Luperca que se acercó a beber, y que los amamantó en su guarida del Monte Palatino, hasta que fueron hallados y rescatados por un pastor cuya mujer los crió. Cuando fueron mayores, los mellizos restituyeron a Numitor en el trono de Alba Longa, y decidieron fundar, como colonia de Alba Longa, una ciudad en la ribera derecha del Tíber, en donde habían sido amamantados por la loba; y ser sus Reyes.
Cerca de la desembocadura del Tíber existían las siete colinas: los montes Capitolio, Quirinal, Viminal, Aventino, Palatino, Esquilino y Celio. Rómulo y Remo discutieron acerca del lugar donde fundar la ciudad; y resolvieron la cuestión consultando el vuelo de las aves, a la usanza etrusca. Mientras sobre el Palatino Rómulo divisó doce buitres volando, su hermano en otra de las colinas sólo vio seis. Entonces, Rómulo, con un arado trazó un recuadro en lo alto del monte Palatino, delimitando la nueva ciudad, y juró que mataría a quien lo traspasara. Despechado, su hermano Remo no obedeció y cruzó despectivamente la línea, ante lo cual su hermano le dio muerte, quedando entonces como el único y primer Rey de Roma. Según la versión de la historia oficial de Roma antigua, eso había ocurrido en el año 754 a. C. o más bien antes de nuestra era.
Roma comenzó su historia como una aldea más entre las otras muchas de pastores y campesinos que se repartían las colinas y minúsculos valles de la zona.
Si hemos de creer a Livio, ya entonces era muy especial, pues sus míticos fundadores tenían algo de divino; pero el propio escritor también confiesa que le parece lógico que los pueblos rodeen sus orígenes con leyendas y patrañas.
Los primeros habitantes fueron posiblemente un conglomerado de gentes de distinta procedencia que vivían al margen del desarrollo económico y cultural de sus prósperos vecinos, es decir, los etruscos al Norte y los sabinos y los latinos al Sur.
Los arqueólogos descubrieron los restos de un primitivo poblado del siglo VIII a. C. en el Palatino y enterramientos a sus pies. A partir del núcleo original, la población debió de irse extendiendo por las laderas de las colinas próximas y, un siglo después, por el valle que había entre ellas.
Como dato curioso y para las mentes más pícaras, se dice que la loba que amamantó a los hermanos Rómulo y Remo fue su madre adoptiva humana. La leyenda nos narra que fueron amamantados por una loba, en latín lupa, cuyo término también era utilizado, en el sentido despectivo de la palabra, para las prostitutas de la época.

lunes, 27 de julio de 2009

PRIMER VIAJE DE CRISTOBAL COLÓN( 1ª parte)


La expedición Sale de la barra de Saltes, pequeña isla formada por los brazos del rió Odiel, frente a la ciudad de Huelva.
El día 3 de agosto del 1492, mar adentro van tres naves, una nao y dos carabelas comandadas por el futuro Almirante; La Santa María no era una carabela, se trataba de una carraca (nao en el lenguaje náutico español de la época). Media 26 metro de eslora, con sus tres palos era una carraca menor construida, al parecer, en Galicia (razón por la cual fue llamada originalmente La Gallega) y era propiedad de Juan de la Cosa. De acuerdo con las normas de estiba de entonces, la Santa María podía llevar una carga de 106 toneladas de la época (51 toneladas actuales).
En el palo mayor aparejaba dos velas cuadradas: la mayor con una cruz roja en el centro y una vela de gavia. El trinquete portaba una sola vela cuadrada y el palo de mesana aparejaba una vela triangular latina. Del bauprés colgaba una vela de cebadera. La Santa María se hundió en aguas del Caribe durante el primer viaje.
La Pinta había sido construida en los astilleros de Palos pocos años antes del primer viaje. Fue elegida por Martín Alonso Pinzón por sus cualidades náuticas, ya que él mismo la había alquilado anteriormente. La costeó el concejo de Palos, fue alquilada a los armadores Gómez Rascón y Alonso Quintero, que fueron en ella a América como marinos.
Era una carabela nórdica de velas cuadradas con un velamen muy sencillo. Los palos de mesana y mayor iban aparejados con una vela cuadrada de grandes dimensiones, en tanto que el trinquete portaba una vela latina. La principal característica de esta carabela era su velocidad, hasta el punto que Colón, en su diario de a bordo, hacía referencia a que en una noche había navegado a 15 millas por hora (una milla de la época equivale a 0,8 millas náuticas actuales, por lo que su velocidad sería de unos 11 nudos, la misma que un carguero medio de la actualidad).
La Niña era una carabela de velas latinas que pertenecía a los hermanos Niño de Moguer, de ahí su nombre. Antes de formar parte de la expedición su denominación era la Santa Clara. Esta embarcación se construyó en los antiguos astilleros del puerto de la Ribera de Moguer entre 1487 y 1490. Fue elegida por los Pinzón por ser muy maniobrable. También la costeó el concejo de Palos.
Las velas de la Niña carecían de rizos, por lo que no tenían sistema de cabos que permitiera reducir la superficie en caso de fuerte viento. Las jarcias que sostenían los palos estaban enganchadas en los costados del buque. La carabela carecía de castillo de proa, mientras que el alcázar era bastante pequeño. Al llegar a las Islas Canarias se le cambió el velamen y se le pusieron velas "redondas" en lugar de las tradicionales "latinas" que portaba. Es posible que, durante el primer viaje, la Niña fuera convertida en carabela de velas cuadradas durante la escala en Canarias. Posiblemente formó parte también del segundo y tercer viaje de Colón, recorriendo en el transcurso de sus viajes más de 25.000 millas náuticas en total.
Al tercer día hizo la pinta señales de socorro; el timón se le había roto y desencajado. Sospecho Colon que este accidente fuese un estratagema de los propietarios de la carabela Gómez Rascon y Cristóbal Quintero, para inutilizar el bajel y hacerle quedar atrás en la expedición embargada su carabela en virtud de real orden.
Soplaba un fuerte viento, y no podía socorre a la pinta sin arriesgar su propio bajel. Afortunadamente mandaba el averiado buque Martín Alonso Pinzón, y siendo diestro y hábil marinero, logro asegurar el timón con cuerda, para poder manejarlo. Pero los nudos se soltaron al día siguiente, y los demás barcos tuvieron que acortar velas, hasta que volvieron a asegurarse.
Esta avería de la pinta, y el hacer mucho agua, determino al almirante tocar las islas canarias, para ver si podía reemplázala, pues divisaron las canarias el día 6 de agosto por la mañana.
Más de tres semanas se detuvieron en las islas, haciendo inútiles esfuerzos y diligencias para procurar otro bajel. Al fin se vieron obligados á hacerle un timón nuevo á la Pinta, y á repararla lo mejor que se nudo para el viaje.'Se alteró también la forma de las velas de la Niña, para que le fuese mas fácil la navegación, y pudiese caminar á la par de los demás buques.
Al pasar por entre las islas vieron el levantado pico de Tenerife arrojar voluminosas llamas y encendido humo. El equipaje observó aterrado aquella erupción, y pronto siempre á espantarse de cualquier fenómeno extraordinario, convirtió aquel en agüero y de los mas desastrosos. Gran dificultad tuvo Colon en disipar su miedo, explicándoles las causas naturales de los fuegos volcánicos, y apoyó sus doctrinas con citas del Etna y otros volcanes bien conocidos.
Mientras estaban proveyéndose de leña, agua y provisiones en la isla de la Gomera, un bajel de Ferro le anunció que tres carabelas portuguesas cruzaban de la isla, con la intención, sin dude de capturar á Colon. Sospechó el Almirante alguna hostil estratagema de parte del rey de Portugal, en venganza de haber entrado al servicio de España, y no perdió tiempo en darse á la vela, ansioso de salir de aquellas islas, y de las huellas de la navegación, no fuese que algún inesperado acontecimiento impidiera el viaje, bajo tan fatales auspicios comenzado.
Se dio Colon á la vela en la madrugada del 6 de setiembre; saliendo de la isla de la Gomera, y entró por vez primera en la región de los descubrimientos, despidiéndose de las islas fronterizas del antiguo mundo, y tomando el rumbo del occidente por las aguas desconocidas del Atlántico. Tres días de profunda calma detuvieron á los bajeles cerca de tierra. Impacientaba sobre manera al Almirante esta dilación, que retardaba el momento de ver cumplido su mas ardiente deseo, el de internarse del todo en el Océano, fuera de la vista de costas y velas, que en la pura atmósfera de aquellas latitudes pueden descubrirse á inmensas distancias. El domingo siguiente, 9 de setiembre, muy de mañana, vieron á Ferro, última de las islas Canarias, aúnas nueve leguas de ellos. Allí era donde se habían divisado las carabelas portuguesas; y por lo tanto se hallaban en vecindad misma del peligro. Afortunadamente se levantó con el sol una frisa favorable, se llenaron las velas, y en el discurso del día desaparecieron gradualmente del horizonte las alturas de Ferro.
Cuando se perdió en el horizonte la sombra de esta isla, último límite, hasta entonces de la tierra, desfallecieron los corazones de los marineros. Parecía que literalmente se despedían del mundo. Detrás dejaban cuanto es caro al pecho humano: patria, familia, amigos, la vida misma; delante todo era caos, peligros y misterios. En la turbación de aquel momento terrible desesperaban muchos de volver jamás á sus hogares. Los más valientes derramaban lágrimas, y rompían en lamentos y sollozos. El Almirante se esforzó en mitigar su angustia por todos los medios, y en inspirarles sus propias gloriosas anticipaciones. Les describía la magnificencia de los países adonde los llevaba; las islas del mar indio, cargadas de oro y piedras preciosas; la región de Mangui y Cathay con sus ciudades de sin par opulencia y esplendor. Les prometía tierras y riquezas, y cuanto puede despertar la codicia, ó inflamar la imaginación; ofrecimientos que no eran engañosos en el dictamen de Colon, que creía firmemente verlos realizados todos.
Ordenó á los comandantes de los otros buques que, caso que fuera preciso separarse por algún accidente , continuasen el rumbo occidental directo; y después de navegar setecientas leguas, se mantuviesen á la capa desde media noche hasta por la mañana, porque á aquella distancia esperaba confiadamente encontrar tierra. En el entre tanto, como le pareció posible no descubrirla á la distancia precisa que había dicho, y como previó que el terror de los marineros crecería con el aumento del espacio interpuesto entre ellos y su país, empezó una estratagema que continuó todo el viaje. Llevaba, además del diario náutico, uno histórico en que anotaba el verdadero progreso del barco, y que tenia reservado para su propio gobierno. Del otro, abierto á todos, sustraía diariamente algunas leguas de las que los bajeles habían navegado, para que las
Tripulaciones ignorasen la verdadera distancia á que se hallaban de España.
1 de setiembre, como á ciento y cincuenta leguas al occidente de Ferro, encontraron un pedazo de mástil, que se conocía haber estado mucho tiempo en el agua, y pertenecer á un bajel de ciento veinte toneladas. El equipaje, sumamente atento á todo cuanto podía excitar su miedo ó sus esperanzas, miró con lágrimas en los ojos este despojo de algún desgraciado navegante, flotando á la entrada de aquellos mares desconocidas.

miércoles, 8 de julio de 2009

LA PRIMERA CRUZADA


Reunido en el mes de marzo del año 1095 el Concilio de Clermont-Ferrand, el papa Urbano II, retomando su vieja idea de su antecesor Gregorio VII, lanzo la idea de cruzada, prometiendo en ella participasen la misma indulgencia que obtenían quienes peregrinaban al santo Sepulcro. La desintegración del poderío turco sobre Palestina, Siria e Iraq parecía favorecer la restauración del dominio de Bizancio en la zona y los monarcas y nobles de Europa occidental eran los aliados naturales para tal empresa. El Papado, erigido nuevamente en referente supremo, concedía los privilegios espirituales que por un principio parecía ser la principal motivación para los que se presentasen a la tarea de liberar a los Santos Lugares del dominio infiel. Pocos meses después, Godofredo de Bouillon, duque de la Baja Lorena, los condes de Blois y de Vermandois, los duques de Normandía y de Toulouse, Bohemundo de Tarento y hasta siete mil nobles mas, a la cabeza de ochenta mil hombres de a pie, atravesaban Europa por cuatro caminos diferentes en dirección a Oriente. Grandes muchedumbres, formando verdaderas hordas salvajes y descontroladas, les habían precedido, inflamadas por el exaltado verbo de desaforados predicadores. De entre todos ellos destacaba Pedro el Ermitaño, fanático visionario en cuyas palabras millares de hombres sin mejor ocupación veían, bajo la promesa de los privilegios espirituales, la posibilidades de hacer rápida fortuna en el rió revuelto que se anunciaba.

jueves, 2 de julio de 2009

LA ORDEN DE LA TERRAZA O DE LA JARRA


El rey Don García de Nájera ( García III Sánchez de Navarra) quiso engrandecer su monasterio de Santa María la Real de Nájera dotándolo de "muchas y crecidas rentas, de iglesias, villas y pueblos, ennoblecido con muchas reliquias de Santos", e instituyendo y fundando la orden militar de caballeros de La Terraza, en honor de la Virgen.

La divisa de dicha orden, una jarra de azucenas de oro pendiente de un collar, también de oro, tiene como origen la jarra de azucenas, que adornaba el altar de la cueva, donde, el propio rey Don García, en un lance de caza, encontró la imagen de Nuestra Señora, y que dio lugar a la fundación de este monasterio de Santa María la Real, a mediados del siglo XI.

Dice la historia que mandó labrar ricamente, Don García, "muchos collares de finísimo oro y otras tantas jarras de azucenas de lo mismo pendientes de ellos. Luego hizo llamamiento de las personas de más calidad de sus reinos, y habiendo ordenado, que señaladamente se juntasen a 25 de Marzo, fiesta de la Anunciación, en la iglesia de Santa María la Real, después de celebrada la misa con mucha solemnidad, para que esta divisa e insignia fuese tenida en más estima, el mismo señor Rey se puso el primer collar y jarra de azucenas de él pendiente, y luego lo dio a cinco hijos suyos echándoselo por sus manos mismas al cuello, que fueron los dos Sanchos que le sucedieron en el reino, y el infante Don Ramiro señor de Calahorra, de Torrecilla de los Cameros y de Ribafrecha y sus villas, y el infante Don Fernando Señor de Jubera y Lagunilla, y el infante Don Ramón señor de Murillo y Agoncillo. Y después por el mismo orden lo fue dando a muchos caballeros de cuenta a quienes quiso honrar y favorecer con aquella divisa aquel día, entre los cuales fueron señaladamente Don Garcí Sánchez y Don Iñigo Sánchez, hijos de Don Sancho López V señor de Vizcaya que se hallan confirmando privilegios de este señor Rey por el año de 1046".

Una de las obligaciones que tenían que cumplir estos caballeros era asistir a los oficios de vísperas y misa de las fiestas de la Virgen, especialmente la Anunciación, revestidos con la divisa de la orden.

La muerte de Don García "y la turbación que hubo en las cosas de aquel reino...retardó por entonces, y aún por muchos años el efecto de su acrecentamiento."

iglesia de Santa María la Real En 1403 volvió a refrescar la tradición Don Fernando infante de Castilla, llamado de Antequera; que en Medina del Campo, a 15 de Agosto, fiesta de la Asunción de Nuestra Señora, como hiciera Don García de Nájera, entregó a sus hijos la divisa "... al infante Don Alonso que después de su padre fue rey de Aragón...,el segundo dio al infante Don Juan, que fue rey de Navarra por su mujer Doña Blanca, y asimismo rey de Aragón, después que murió su hermano Don Alonso, en tercer lugar le dio al infante Don Enrique, gran Maestre de Santiago, en cuarto lugar al infante Don Sancho, que fue Maestre de Calatrava, y en quinto a Don Pedro...,y en honrando a sus hijos con esta divisa esclarecida de la Virgen, le fue dando por su orden a muchos caballeros válidos suyos".

Más tarde en la rendición por las armas de la ciudad de Balaguer, siendo ya Don Fernando rey de Aragón, entregó la divisa a ochenta caballeros castellanos y aragoneses que se habían distinguido en la batalla, añadiendo en esta ocasión a la Jarra de Azucenas un grifo (animal mitológico, mitad águila, mitad león) que la tenía asida.

Llegó a ser estimada en toda Europa, donde la portaron con orgullo el emperador y los más principales de Alemania, Austria, Hungría y Polonia.

Según las tradiciones griálicas más remotas de la península Ibérica, encontramos evidententes connotaciones de este tipo en esta orden de la Terraza o de la Jarra.

Cómo nace la iglesia de Santa María La Real de la misma roca de la montaña, donde, según la historia, se halló el busto de la Virgen en una cueva Este relato supera los limites de la leyenda y se adentra de lleno en la historia, y también en el de las significaciones iniciativas. Como inmejorablemente refiere Atienza, "Ahí está la caverna, la ancestral virgen negra Madre primordial, la destrucción de la enemistad de los opuestos –paloma y alcor- y la simbología arcaica del recipiente griálico hecho enseñanza de fines trascendentes. Ahí está el soberano descubriendo el secreto del vaso sagrado y convirtiéndolo en enseña de una Orden Solar de la que tendrían que formar parte los grandes caballeros del mundo medieval. Y ahí están los monjes de San Benito –blancos o negros- guardando el lugar sagrado, dándole sentido y configurando la leyenda esotérica en los límites estrictos de la ortodoxia. Ahí está, en el monasterio de Santa María la Real, la cueva que nace a los pies del templo y los sepulcros de los reyes e infantes de Navarra custodiándola. Están la iglesia cisterciense, sobria; y la virgen y la jarra griálica en el altar mayor y todos los símbolos de la iniciación en las ménsulas y en los capiteles del claustro de los Caballeros y las medidas exactas, escalofriantes de grandeza, del templo".

Esta orden de auténticos custodios del Grial agrupó en su seno a una nueva Tabla Redonda de Caballeros entregados a la defensa y protección de aquel prodigio y de su manifestación inmediata: la imagen de Nuestra Señora y el recipiente sacro; un soterraño grialismo que desde entonces constituye el símbolo específico del ideario de aquel lugar.

Modernamente los Caballeros de la orden de la Terraza se reúnen una vez al año en el Monasterio de la Virgen de Valvanera, en los Montes Distercios, donde renuevan su fidelidad a la Virgen, personalizada en la imagen de la patrona de La Rioja, la Virgen de Valvanera.

Como dato anecdótico podemos reseñar que la Orquesta de Laúdes españoles de Nájera ha tomado para su denominación el nombre de esta orden, La Orden de la Terraza.

domingo, 28 de junio de 2009

EL MAESTRE EN LA HOGUERA

El problema parecía solucionado, pero quedaba un importante fleco suelto: a finales del año 1313, al anciano Jacques de Molay y los cargos más relevantes de la orden continuaban en prisión. Es probable que el rey de Francia y el papa esperaban a que el maestre muriera pronto pero, pese a su avanzada edad, las torturas sufridas y los seis años que había pasado en prisión, seguía con vida.
Por ello, Clemente V, en diciembre de 1313, nombro a tres cardenales como comisarios para resolver tan enojoso asunto. Eran Nicolás de Fréauville, Arnaud de Auch y Arnaud nouvel. Estos decidieron que los cuatro altos cargos del Temple que seguían presos “Jacques de Molay, Godofredo de Charny, Hugo de Pairaud y Godofredo de Gonneville” fueran condenadas a cadena perpetua, dado que todos habían reconocido sus crímenes.
El asunto parecía zanjado, pero tres meses después, el 18 de marzo de 1314, Jacques de Molay, el antiguo maestre, y Godofredo de Charny, ex prefecto de Normandia, se retractaría de sus confesiones y proclamaron su inocencia ante una comisión presidida por Felipe de Marigny, secretario del rey y arzobispo de Sens, declarando que habían confesado ser participes de los delitos a causa de las torturas sufridas, no por su voluntad. De inmediato, los dos fueron acusado de relapsos y conducidos ante un tribunal real que los condeno a morir en la hoguera ese mismo día, junto a 37 templarios mas que apoyaron al final a su maestre. La sentencia se ejecuto en un pequeño islote, hoy desaparecido, llamado “de las cabras” o “de los judíos”, que se alzaba en el brazo izquierdo del rió Sena, aguas debajo de la catedral de Notre Dame, entre la isla de Cité y el actual Quai des Grands Augustins.

sábado, 27 de junio de 2009

JERARQUIAS TEMPLARIAS

* MAESTRE: reinaba sobre los castillos y feudos de Tierra Santa y era el rango más alto dentro de la Orden, aunque en asuntos de gravedad debía someter su decisión al Capítulo, en el cual sólo tenía un voto. Sólo respondía ante el Papa, aunque debía ser respetuoso ante reyes y obispos. También debía consultar antes con su consejo privado y obtener su consentimiento, especialmente en decisiones de guerra o a la hora de acordar una tregua. Sus símbolos jerárquicos eran el bastón o ábaco y el látigo o vara. Pese al poder que ejercía sobre los templarios, el Maestre permanecía sometido a las obligaciones y disciplinas comunes. Su séquito se componía de dos caballeros que le acompañaban a todas partes, un capellán, un clérigo, un sargento, un paje que cargaba con su escudo y su lanza, un escriba sarraceno como intérprete, un indígena turco, un cocinero y dos muchachos de a pie. Con el Maestre iba siempre el estandarte o beaussant. Éste era blanco y negro con una cruz paté roja en medio y el versículo inicial del Salmo 115: Non nobis, Domine, non nobis, sed Nomine Tuo da gloriam. Cometen grave error los textos que hablan de Gran Maestre, pues en ningún momento tal cargo existió en el Temple, ni se hace referencia al mismo en parte alguna de las Reglas. En casi dos siglos de historia templaría hubo 22 maestres, siete de ellos muertos en campaña (32%). El último de ellos, Jacques de Molay, murió en la hoguera en París el 18 de marzo de 1314.

* SENESCAL: era el segundo en mando, encargado de sustituir al Maestre durante su ausencia en Tierra Santa, adquiriendo sus poderes y derechos. También tenía un séquito compuesto por un caballero, dos escuderos, un sargento, un diácono, un indígena, un turco y un intérprete sarraceno. Como en el caso del maestre, tiene un compañero de rango (caballero que debía acompañar, en temas de importancia, en todo momento al Maestre, Comendador o Bailío, a fin de ejercer un control sobre él, sus gestos y sus acciones).

* MARISCAL: es el comandante militar, responsable del adiestramiento y de la disciplina. Gobernaba también las armas, armaduras, máquinas de asedio, municiones y las guarniciones de los caballos. Él distribuía a las milicias y daba las órdenes tácticas. Su misión también era la de comprobar las monturas y mulas de carga, bajo el consentimiento del Maestre. Impartía las órdenes cada jornada, insluo en presencia de aquél. Podía tomar el mando en la batalla por ausencia del Maestre o del Senescal (así como celebrar Capítulo sin estos presentes), y es el que porta el beaussant como señal de reunión y cuando la caballería hace de punta de lanza. Al igual que sus superiores poseía un séquito que constaba de dos escuderos, un sargento y un indígena turco. Los mariscales provinciales, por su parte, ejercían la autoridad en su correspondiente provincia, si bien debían obediencia al mariscal general de la Orden. Cuando van armados "todos los hombres de la Casa están a las ordenes del Mariscal". No puede ser designado Comendador de una Provincia a menos que haya sido relevado de las funciones de Mariscal.

* COMENDADOR de la Tierra de Jerusalén: Eran una especie de gobernador con un Mariscal y un pañero bajo sus órdenes. También tenía la función de tesorero. El botín de guerra debía ir a sus manos para ser distribuido y/o utilizado según la necesidad, excepto las armas, pertrechos y monturas del botín que iban a manos del Mariscal. Respondía al Maestre y a Capítulo General. Tenía un séquito de dos escuderos, un sargento, un indígena turco, un diácono que supiese escribir, un intérprete y dos muchachos de a pie. Él era el que se encargaba de dar la orden de cualquier pago, aunque siempre bajo el mandato del Maestre o del Capítulo. También estaba a cargo de los navíos atracados en San Juan de Acre. El Comendador de Jerusalén contaba con diez caballeros para protección de peregrinos y defensa de caminos, además de contar con el privilegio de guardar la Vera Cruz (también durante el transcurso de las batallas). La

privilegio de guardar la Vera Cruz (también durante el transcurso de las batallas). La mayor de sus obligaciones era la de tener una cuenta actualizada del tesoro y presentarla al Maestre cuando la requiriese. Presidía la distribución de los hermanos templarios en los castillos y, en tiempos de paz, el Mariscal tenía que acatar sus decisiones. El Comendador Provincial era el preceptor de las distintas provincias en las que se dividía el Temple. Igualmente en éstas administraba las donaciones, cuidaba de los hermanos a su cargo y enviaba la mayor cantidad de dinero posible a Tierra Santa. Los Comendadores Territoriales se encontraban en Acre (Palestina) y Antioquia (Siria) y de ellos dependían los castillos de cada región.

* TURCOPOLIER (Turcoplero): mandaba a los hermanos sargentos en la batalla y a los turcopolos (tropas de caballería auxiliares de turcos) tanto en tiempos de guerra como como de paz. Cuando éste era enviado en avanzadilla con un escolta de caballeros, asumía la responsabilidad de la misión, debiendo esos caballeros someterse a sus órdenes. No tenía poder para atacar, cargar o perseguir al enemigo por iniciativa propia.

* SUBMARISCAL: este rango apenas tenía poder en el campo de la batalla, pues se limitaba más bien a los hermanos artesanos, controlando el trabajo de los talleres. Cuidaba de que todo el equipamiento militar estuviese siempre dispuesto para ser utilizado por las tropas. Entre sus obligaciones también estaba distribuir a los escuderos, aunque estos dependían principalmente del gonfalonero.

* PAÑERO o Drapier: se ocupaba de la ropa de los hermanos y de la ropa de cama. Contaba con un séquito de dos escuderos y un hombre de carga. Su misión era la de regir el almacén de vestimenta, teniendo bajo control en todo momento las ropas que les eran entregadas a los hermanos. Estaba encargado también de mantener un control sobre la higiene de los hermanos, sobre todo en lo referente a tener el pelo corto y la barba limpia, además de que no vistieran ropas no permitidas por la Orden.

* COMANDANTE: en provincias se encargaban de los caballeros y dependían del Mariscal.

* GONFALONERO o Gonfalón: sargento que mandaba sobre los escuderos no pertenecientes al Temple que servían bien fuera por un sueldo o por caridad. también celebraba Capítulo para juzgar y castigar sus faltas. Él era el encargado de pagarles y darles destinos en las distintas Casas de la Orden, así como de disponerlos durante el combate. Respondía directamente sobre el Maestre y el Mariscal.

* CABALLEROS o Fratres Milites: Se distinguían por su manto blanco con una cruz bermeja. Para ser Caballero era necesario pertenecer a familia noble. Servían como guerreros a caballo y oficiales de la Orden.

* SARGENTOS o Armigeri: No eran de familia noble, por lo que se les prohibía el uso del blanco y vestían de negro o marrón. La condición que se les imponía para servir como sargentos era que fueran libres. Servían como tropa ligera o escuderos.

* PADRES o Fratres capellani: En un principio, los padres eran de fuera de la Orden, posteriormente se les autorizó tener sus propios padres, esto les hizo independientes de autoridad diocesana.

* SIERVOS: Muchos eran siervos y trabajaban como artesanos, sirvientes, campesinos o labradores que permitían el correcto funcionamiento y el autoabastecimiento de la Orden.

* PROVISIONALES o Afilies: Gente que se unía a la Orden de forma provisional y en casos especiales como una Cruzada y que después podían abandonarla. También a los moribundos se les permitía entrar de forma provisional para que pudieran morir en gracia de Dios.

EL GRAN CONSEJO:

Compuesto por 13 miembros, elegía al Maestre. El Consejo se constituía así: el Senescal y el Mariscal escogían otros dos hermanos para componer el primer núcleo. Los cuatro escogían otros dos y eran seis. Los seis otros dos y eran ocho, los ocho dos más y eran diez, los diez otros dos para reunir el número de los Apóstoles.

De los doce, ocho debían ser caballeros y cuatro escuderos y en conjunto elegían al Capellán -decimotercera miembro- que representaba a Cristo. El Gran Consejo procedía entonces a nombrar al Maestre. Y el Senescal una vez elegido le decía: "Hermano, ¿prometes ser obediente cada día de tu vida al convento, conservar las buenas costumbres de la casa y garantizar el buen uso de sus bienes?". Entonces, cantando el Te Deum los electores tomaban en sus brazos al Maestre recién elegido y lo llevaban triunfalmente a la capilla para presentarlo ante Dios.

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